Dracula desencadenado by Brian W. Aldiss

Dracula desencadenado by Brian W. Aldiss

autor:Brian W. Aldiss [Aldiss, Brian W.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: SF
publicado: 2011-02-27T06:00:00+00:00


IX

Oscurecía en los bosques entre los que se encontraba la casa. El crepúsculo estaba dominado por las nubes. Spinks, el jardinero, ayudado por los dos hombres, cargaba en el tren del tiempo balas de fabricación casera y riñes que Stoker poseía.

El extraordinario vehículo fue objeto de una detallada inspección que suscitó silbidos de admiración en Stoker e hizo a Spinks rascarse la cabeza varias veces. Este último adoptó un aire filosófico.

—Si funciona, funciona, señor, y no hay que preocuparse de nada más. Mi estómago funciona, pero no necesito saber ni cómo ni por qué.

—Muy acertado, sí señor —coincidió Stoker—. Cuanto menos sepas sobre tu estómago, mejor funcionará, sin duda. Encienda un farol, ¿quiere? Ha oscurecido muy temprano hoy.

A medida que las tinieblas iban envolviendo a los tres hombres, mientras la Tierra se movía girando para quedar a expensas de su propia sombra, las antiguas fuerzas de la oscuridad comenzaban a desperezarse. Al no estar sujetas a los avatares de la vida, tampoco se veían afectadas por la fatiga. Al mismo tiempo que ellos cargaban el tren del tiempo, Bella, en otro tiempo viva, descendía una destartalada escalinata que conducía hasta una cripta.

De nuevo había despertado del marasmo en que se sumía durante las sagradas horas de luz diurna. El cabello se le esparcía por los hombros. Alrededor de sus labios había una palidez mortal. Su fragilidad se mostraba en la parsimonia con que bajaba la deteriorada escalera. Ningún hombre vivo, temeroso de su propia debilidad, sería capaz de resistir el atractivo de la malograda Madonna.

Pero ella misma, fuente de terror, también podía sentir miedo. Se dirigía a una cita con su Señor.

El ambiente de la cripta, tenebroso y maloliente, le procuró cierta seguridad. Su agudo oído captaba las gotas producidas por la humedad, el susurro de una araña en su tela y todas las melodías de dientes afilados surgidas de la atmósfera en descomposición. También le agradó el hecho de que la vidriera del muro lateral sólo dejase penetrar un débil haz de luz rojiza procedente de los estertores del crepúsculo.

Había tumbas por todas partes. Un ataúd abierto yacía muy cerca y dejaba escapar su hedor. Bella se quedó junto a él, vagamente iluminada, esperando, inmóvil por completo.

Alguna clase de señal, quizá un simple cambio de la presión del aire en aquel húmedo y mórbido lugar, la llevó a ponerse de rodillas y alzar las blancas manos hasta ponerlas sobre su pecho. Abrió la boca y las macilentas encías hicieron que sus dientes pareciesen aún más largos y puntiagudos que nunca.

En la penumbra se materializó, lejana, una figura portentosa. Durante un instante fue casi invisible. Entonces empezó a avanzar en dirección a la mujer arrodillada. La distancia que debía recorrer era infinita, pero se movía a una velocidad increíble. De pronto llegó hasta su lado, arropado por la ígnea oscuridad. Su rostro era alargado, pálido: daba sensación de poder. Unos cuernos sobresalían de las protuberancias que se veían entre sus recios y desordenados cabellos.

No había majestuosidad en él. Se trataba de una presencia brutal ante la que Bella no podía tomar otra actitud que la de sumisión.



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